Pegar a una mujer no es fácil… 60, 79,80, 100, 120… Del pulso, hablo del pulso.
Las manos te comienzan a sudar y toda la sangre se concentra en un solo lugar. Y lo único que piensas es en correr sin más.
«Ya no estás a tiempo. No puedes parar. Hace ya un buen rato que dejaste de pensar. Para ya o te arrepentirás. No seas un insensato, sal por la puerta ya».

¿Lo hiciste? Si, lo hice, pegué a una mujer, y no es un tema fácil de reconocer por varios motivos.
El primero por mi familia y por la impresión que se llevarán al leer esta historia, sabiendo que su crianza fue basada en la filosofía del amor, el respeto y la resolución con calma de los conflictos. Espero entiendan que es de humanos pecar, pero más humano es reconocer tu culpa.
Segundo por ella y por las promesas hechas en acantilados al borde del mar después de que su padre se acabara de suicidar, con el sol poniéndose y advirtiéndonos que la luna llena iba a llegar. Que debíamos ser fuertes, que todo iba a amainar, que fuéramos sensatos para dejar que el tiempo pusiese todo de nuevo en su lugar.
Y por último, por la imagen que pueda dar de mí como profesional multimedia. Después de todo, he si yo quien ha decidido destapar parte de esta verdad.

Poco después de que esto pasara empecé a recordar e instantáneamente supe que debía publicar una parte importante de esta historia. Otras partes son impublicables.
Así que haya voy:
Era invierno y acababa de terminar exámenes parciales en mi universidad. Mis abuelos, de visita a España tras un largo vuelo, se encontraban a 300 km, y por culpa de una enfermedad imprevista, mi abuelo se encontraba luchando contra un ictus cerebral en su primera visita a España.
2 amigos llegaban para festejar el finde en la ciudad, pero obviamente para mí no era momento para celebrar. Así que preferí descansar y esperar a coger un vuelo dos días después que me llevara cerca de la familia.
Media botella de ginebra barata y una canción triste para rematar. Una tarde de borrachera y fumada, intentando ocultar la pena por no estar a lado de mi familia para apoyarnos.
Una invitación más declinada por la noche para no salir y amargar la fiesta. Mi tristeza y, después, mis celos, iban en aumento y que fueras a ese bar dominicano ,donde cada vez que pasábamos te silbaban y aplaudían tu físico, no ayudó para tranquilizarme.
No fue hasta las 3 am que volviste, y a pesar de estar despierto sin poder dormir, no quise decir nada. Solo mis celos hubieran hablado, y sabía que era mejor no discutir.
Por la mañana quise irme a mi casa a descansar, pero extrañamente mis llaves desaparecieron y no pude marcharme. Quizás haberme marchado hubiera evitado la siguiente discusión. Porque así como decía mis abuelos, siempre es mejor esperar un buen rato antes de comenzar una discusión.
Al parecer, lo único que encontré fue el resto de aquella botella de ginebra del día anterior. Forcejeamos por el último sorbo… hasta que sentí un golpe en la cara a modo de despertar, pero no desperté sino más bien que me enfadé, y respondí imitando…
Que vergüenza más grande, y que pecado también, hacerle eso a una mujer.
Un tiempo duró tu enfado. Y el mío. Y decidimos continuar, pero desde entonces ya nada volvió a ser igual. Tristemente, lo que empezó como una bonita historia, poco a poco se fue torciendo y con el tiempo la relación se convirtió en una lucha sin parar.
Hasta que, finalmente, alguien de los 2 actuó siendo sensato y decidió cortar por lo sano. Todo fue culpa de los celos, falta de confianza y carencia de autoestima. Pero, eso solo lo voy entendiendo ahora.
Al irte yo me quedé con toda la culpa y esta historia.
También capté la moraleja y no quiero ser uno más. Alguien quien peca y en el anonimato se queda. Eso tiene nombre en el código penal. Aunque sé que quizás no es lo normal, hoy quise destapar una verdad. Por mi parte me quedo más en calma.
Supongo que esta confesión es difícil de encontrar. Yo hoy me he decidido a destapar una verdad. Es un tema delicado que está presente en la sociedad. En muchas ocasiones se puede evitar, pero opiniones como que no hace falta sacarlo a la luz posicionan esta acción en el anonimato.
Sé de las opiniones que dará el tema y las entiendo. También sé que no soy el único y que cada historia es particular.
En mi favor diré que fui un insensato por no saber parar a tiempo, que «fui yo contigo, y qué más?«, que hoy ya pago por mis actos al habernos perdido y, por último, que nadie es perfecto.
Ese fue mi gran error.
Tengo derecho a permanecer en silencio, porque hasta los culpables tenemos cura 5 segundos antes de morir…
¡Hasta la próxima!
Ricardo A. Nieto
Creativo Multimedia