Cuando te despides de alguien para siempre, el mundo se te cae encima. Los días son un infierno y las noches se hacen eternas, las comidas que antes te gustaban ahora ya no te apetecen y las compañías muchas veces aborrecen porque rompen nuestra tan ansiada soledad. Esto es una realidad.
Otra realidad también existe y consiste en recordar con felicidad, permitiéndote de vez en cuando llorar. Recordar con alegría cada instante de su compañía. Agradecer haber compartido tiempo y vida con esa persona que ya marchó.
Y sobretodo lo más importante: entender que nunca la volverás a ver.
Puede ser un padre que se suicidó, o una enfermedad que lo mató, o a lo mejor fue un accidente de tráfico que se llevó a un primo, un abuelo, un hermano, un amigo, un novio… alguien especial. Y si, es difícil de aceptar, pero debes hacerlo: no volverá jamás.
Grita, escribe, llora, maldice, vuelve a romper en llanto y sécate las lágrimas. No, mejor no te las seques. Dejatelas secar. No pretendas estar siempre a solas ya que en estos momentos es cuando nuestra mente nos puede jugar malas pasadas, y advierte cada vez que esto pase para neutralizar pensamientos negativos o auto destructivos.
«No hay mal que dure mil años».
Esto lo aprendí gracias al amor y a sus rupturas, pero también a causa de la muerte de un familiar hace ya casi una década.
Todo pasa, nada permanece. Y lo que hoy es un día clave en el calendario, con los años se convertirá en un recuerdo sin fecha reservada permanente, para así dejar paso a una vida más estable y con salida.
Recuerda que tu tiempo es limitado y que tú (así como yo) morirás en un tiempo futuro.
Ricardo A. Nieto
Creativo Multimedia