Ser feliz es una cuestión de hábitos

Cómo aprendí a ser feliz

Durante mucho tiempo me creí la idea de que ser feliz era un destino, un lugar al que algún día llegaría cuando todo estuviera en orden. Supuse que ser feliz vendría justo después de ganar más dinero o quizás después de superar esa ruptura amorosa y dolorosa que me lanzo a iniciar este blog por allá en el 2010, tras ese suicidio fatídico que cambió tantas vidas. Me repetía de forma constante que ser feliz era una consecuencia, como si se tratara del premio después de una carrera por Barcelona.

Pero con el paso del tiempo, fui descubriendo que ser feliz es una elección que se debe hacer cada día. No porque todo esté bien o porque algo no sea perfecto, sino por el modo de mirar, interpretar y de estar en la vida. Ser feliz es una actitud, una elección, una forma de vivir la vida.

El tema está en que la semana pasada en una reunión con amigos uno de ellos sacó el tema de que Ricky siempre estaba alegre, como si no tuviera problemas, como si nunca nada me preocupase, como si la lluvia constante de Londres no me afectara, o como si el hecho de estar lejos de mi familia me hiciera feliz. Nada más lejos de la realidad. Fue justo ahí, delante de 4 amigos, donde decidí que escribiría en español acerca de esa pregunta, aunque probablemente mi amigo Dave no entrara nunca a este blog a leer lo que escribo para él.

Querido amigo Dave, esto de «ser feliz» lo aprendí gracias a la psicología positiva, donde una de sus principales bases viene a decir que la felicidad no depende de las circunstancias y que lo que ocurre «fuera» explica mucho menos de lo que siempre imaginé. En realidad, la diferencia está en cómo interpreto lo que me pasa, qué decido destacar y en qué decido enfocarme. Entender esto lo cambia todo. Al menos lo cambió todo para mi.

Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y decirle a ese chaval hecho polvo, triste y desilusionado por la vida, que la vida es un juego y que a veces es mejor no tomárselo tan enserio

Ser feliz es tan simple como cultivar emociones positivas

La psicología positiva propone algo tan tradicional como poderoso: cultivar emociones positivas nos hace bien. Serenidad, alegría, esperanza, gratitud, inspiración… No se trata de ignorar lo negativo, sino de dar más espacio a lo que lo nutre.

Cuando empecé a centrar mi atención en esto, descubrí que mi día estaba lleno de pequeñas oportunidades para sentirme bien: un café tranquilo por la mañana mientras paseo a mi perra, leer un capítulo de un libro antes de que salga el sol, una conversación sincera con mi pareja, un atardecer inesperado en Formentera, un momento de silencio mientras conduzco por las calles de Londres, un lunes de hacer los deberes de la escuela con mi hijo, un paseo en barco por el Támesis con mi madre y mi suegra, un plato de sancocho colombiano en mi restaurante favorito…

En realidad no son grandes momentos, pero es ahí donde se almacena el secreto para ser feliz.

Hoy soy feliz porque aprendí a mirar lo pequeño con ojos de grandeza.

El poder de la gratitud para ser feliz

Centrar mi atención en esas pequeñas cosas cambió por completo la relación que ahora tengo con la vida, porque ahora agradezco todo lo que me sucede de forma constante e involuntaria. Sin forzar a que todo sea positivo, sin pretender cambiar el curso del destino, pero con una profunda sensación de agradecimiento por quien soy, por lo que tengo, por lo que he vivido, y por lo que queda por venir.

La psicología positiva lo deja claro: la gratitud aumenta el bienestar, fortalece las relaciones y amplía la sensación de abundancia interior. Y yo lo he sentido. Cada vez que agradezco, algo dentro de mí se ordena. Es como si el corazón recordara lo que la mente a veces olvida.

Agradezco cuando me va bien, pero también cuando las cosas no salen como esperaba, porque ahí descubro mi fuerza, mis límites y mis posibilidades. La gratitud me enseñó a ver el presente con más claridad y el futuro con más esperanza. A veces, cuando me siento triste, anoto tres cosas por las que estoy agradecido, subo el volumen de la radio de mi coche, y logro que cambie por completo el tono de mi día. Otras veces solo respirar profundamente y reconocer que estoy vivo es suficiente.

La gratitud me alejó de la comparación y me acercó a la apreciación. Ya no vivo mi vida por lo que me falta, sino por lo que tengo. Y, paradójicamente, cuanto más agradezco, más cosas buenas encuentro. Como te encontré a ti, amigo Dave.

Ser feliz es cuestión de hábitos
Ser feliz es cuestión de hábitos

Reconocer mis fortalezas fue fundamental

Si bien antes vivía enfocado en lo que no tenía, como un buen nivel de inglés fluido, o limitaciones a la hora de autopromocionarme a mí o a mis servicios, hoy entiendo que es mejor enfocarme en mis fortalezas y mis talentos y esto, de nuevo, lo cambia todo. Dejé de exigirme ser perfecto y comencé a valorar quién soy en esencia.

Vivir desde mis fortalezas me dio seguridad. Me recordó que puedo aportar, que tengo valor, que soy capaz de crecer sin perder mi autenticidad. Hoy soy feliz porque camino desde lo mejor de mí, no desde mis carencias, que son bastantes.

Sin cuerpo no hay paraíso

Otra de las razones profundas por las que soy feliz es que aprendí a cuidar mi cuerpo desde el respeto, ya que se trata del hogar donde todo ocurre.

Por desgracia, durante mucho tiempo descuidé este aspecto, creyendo que ser feliz era solo mental o emocional y viviendo desde la premisa de que «la vida son 2 días» y que había que vivirla al máximo. Una juventud cargada de faltas de hora de sueño, vodka roja con Red Bull y cannabis de forma recreativa y repetitiva.

El deporte, incluso en su forma más sencilla, como caminar tras 6 horas de estar sentado en mi coche, o acudir 2 veces por semana al gimnasio para hacer ejercicio de fuerza y cardio, se convirtió en una fuente de claridad mental. Moverme me hace sentirme más capaz y más conectado conmigo mismo. Cada entrenamiento es una forma de decirme: «me respeto».

La alimentación consciente se volvió un pilar fundamental y libros como el tao de la salud y el sexo y la larga vida o conceptos como la trofología se convirtieron en otra fuente de claridad mental. No sigo una perfección imposible, pero si elijo mejor. Más comida de verdad, más ingredientes naturales, más colores en el plato. Menos procesados que me restan energía, menos azúcares que me desconectan, menos excesos que rompen el ritmo. Y una rutina de ayuno intermitente que rompo haciéndome la sencilla pregunta de «¿tienes hambre o tienes sed?», para no llenar mi estómago y poner a trabajar a mi sistema digestivo sin motivo. Y todo esto sin mucho alcohol en exceso y de forma esporádica.

La conclusión de esto, la psicología positiva lo confirma: cuando cuidamos de nuestra salud física, nuestra salud emocional florece.

La conclusión es que ser feliz es cuestión de hábitos

Hoy puedo decir que soy feliz porque tomé la decisión de vivir desde un lugar más sencillo, honesto y profundo. No fue un cambio repentino, ni un momento de iluminación. Fue un proceso lleno de pequeñas elecciones, aprendizajes y hábitos.

Soy feliz porque descubrí que ser feliz no es un acontecimiento extraordinario, sino una forma distinta de interpretar lo ordinario.

Soy feliz porque dejé de perseguir los ideales ajenos y empecé a escuchar mi propio ritmo. Porque dejé de compararme con vidas que no son la mía y comencé a valorar la mía como es.

Soy feliz porque entendí que la vida no es siempre perfecta, pero yo puedo elegir como vivirla. Y ese libre albedrío interior es uno de los regalos más grandes que me ha dado la psicología positiva: la capacidad de reinterpretar, de resignificar y de transformar.

Soy feliz porque cuido de mi cuerpo, porque respeto mi energía, porque agradezco incluso las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas. Porque aprendí a confiar en mis fortalezas, reconocer mi valor y sostenerme en mis decisiones y a caminar con calma cuando el camino es incierto.

Soy feliz porque ya no espero a que cambie mi vida para sentirme bien. Me siento bien, y desde ahí, cambio mi vida.

Y quizá lo más importante: soy feliz porque entendí que la felicidad no es un destino al que se llega… es una forma de caminar la vida. Y en ese caminar, con intención, con autocuidado, con autoconocimiento y con gratitud, encontré una versión de mí mismo que me acompaña con serenidad.

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